Educar con Integridad

EDUCAR CON INTEGRIDAD

Por:    Lucerlym Menco Haeckermann

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Convocatoria para el Fondo Educación Superior Medellín EPM (2013) Recuperado de http://www.minuto30.com/nacional/educacion/convocatoria-para-el-fondo-educacion-superior-medellin-epm/

La crisis estructural que afronta la sociedad colombiana y que le impide a nuestro país progresar, o ser viable como nación, tiene su raíz en el ejercicio de una educación endeble que no construye todas las esferas de la vida del ser humano. Desafortunadamente, este ciclo de falencias se ha repetido durante décadas, al interior de las familias, de las instituciones educativas, de los medios de comunicación, etc. Surge pues, la necesidad de replantear los modelos pedagógicos tradicionales, con el fin de proponer una educación que, en verdad, logre restaurar y enriquecer la integridad de los ciudadanos, y que, a la vez, contribuya de modo cierto, con el objetivo de trabajar unidos por el cumplimiento de la justicia, la paz, la equidad, el bienestar, y la confraternidad.

La educación no consiste únicamente en el acto de enseñar o aprender a leer, a sumar, multiplicar, dividir; ni en formar personas diestras, profesionales o doctores en determinado campo del saber académico. La educación va más allá de lo puramente lógico, formal, y científico. Definir así esta experiencia sería limitar sus abundantes y valiosos horizontes que la constituyen en fuente de sentido de nuestro existir. Desde que somos seres vivientes en el vientre de nuestra madre, estamos dando y recibiendo, aprendiendo y enseñando lo que necesitamos para nacer, crecer y desarrollarnos. Al mismo tiempo, enseñamos a nuestros padres a ser “mamá” y “papá”. A nuestros  familiares y amigos, a compartir relaciones filiales y fraternales, imprescindibles para conformar una sociedad segura y amable.  Luego, la calidad de la persona  depende de la calidad de los contenidos que recibe y los que proporciona, los que aprende y enseña. En este sentido, la educación depende de un proceso cultural, complejo y simultáneo en el cual el individuo: interactúa con sus semejantes y con los sistemas e instituciones (creados por él mismo, o en compañía con otros), a través de signos, saberes, experiencias, sentimientos, es decir, mediante el lenguaje verbal y los lenguajes no verbales. Se relaciona con el medio (la estructura de lo real), los animales, el paisaje, los objetos (influyéndose unos a otros). Se alimenta de lo soñado, lo ficticio, o lo imaginario. Habla consigo mismo, se autoevalúa. Y se comunica con lo que para él es la esencia trascendental o sobrenatural.

Así las cosas, la educación se orienta hacia la formación integral del ser humano; es decir, un  crecimiento equilibrado del todo integral que lo constituye: cuerpo, alma, espíritu, mente, corazón; y por ende, todas sus dimensiones: biosicológica, racional, cultural, social (cívico, político, comunitario) histórica, económica, estética, simbólica, religiosa, espiritual, lúdica, trascendental, etc. Aunque tales propósitos aparecen bien enunciados en la Constitución Política del país, en las leyes orgánicas del sector, en los principios del Ministerio de Educación, y en numerosos PEI (Proyectos Educativos Institucionales), en la realidad no se cumplen a cabalidad.

Paradójicamente, los paradigmas formativos de la familia, del gobierno, y del sistema educativo, aunque no estén estipulados como tales, se centran en alimentar el cuerpo y la mente, con el fin de exigirle al máximo a su condición física y racional (pero, sucede que la fortuna de poseer una buena nutrición y el acceso a las ciencias, es un privilegio de la minoría de la población). Mientras que el cultivo del corazón, del espíritu y del alma es subestimado en un alto porcentaje. Es por esta razón que muchos seres con un alto coeficiente intelectual son los principales actores de la violencia, la maldad, porque “saben” considerablemente, pero ignoran cómo administrar ese conocimiento, debido a que carecen de virtudes que les permitan actuar con honradez. Una persona culta en distintas disciplinas, no siempre procede con dignidad u honestidad. El rendimiento académico sobresaliente de un estudiante no es el que va a definir posteriormente su éxito o fracaso. El dominio excelente de una específica carrera profesional no constituye la herramienta esencial para formar hijos o estudiantes idóneos. No se trata de que la competencia intelectual sea negativa para quien la posee y perjudicial para el sistema social, sino que carece de valor, cuando la persona adolece de sólidas estructuras éticas, sobre las cuales conducirse y proyectarse con sabiduría. Realmente, ser una persona educada implica saber amar, respetar, comprender, perdonar, ayudar al necesitado, obrar con lealtad, procurar el bien común, reconocer los errores, actuar con sinceridad, y sobretodo, saber emplear la inteligencia en el ejercicio del bien, y compartir el tesoro del conocimiento con el fin de servirle con pulcritud a la sociedad.

Se vislumbra, de este modo, que en nuestro país no se hace énfasis en potenciar los factores, social, espiritual, emocional y mental de los niños y jóvenes, los cuales, en suma, constituyen su bienestar psicosocial. Existe una debilidad en cuanto a la formación en valores y principios espirituales, éticos y morales. No hay duda de que estos sí aparecen plasmados en los preceptos de la educación colombiana. Muchos son estudiados en asignaturas obligatorias de diversos colegios; son además mencionados en muchas familias, y promovidos por el gobierno a través de campañas institucionales en los diferentes medios de comunicación. Pero en la mayoría de los casos, su verdadero significado, función, y aplicación no trasciende al plano vivencial y real del sujeto, es decir, no se practican a conciencia para alcanzar una vida íntegra.

Es menester aclarar que, en esta reflexión, no se ha  pretendido desvirtuar el trabajo honesto de muchos dirigentes, docentes y ciudadanos que en el país laboran con tesón. Tampoco se pretende resolver los problemas de la educación a corto plazo. En primera instancia, se requiere que tomemos la decisión sincera de cambiar. De superar la crisis espiritual de nuestro tiempo, y desarrollar una genuina educación basada en principios éticos que permitan restaurar y consolidar la integridad del ser colombiano. De tal forma que los resultados positivos obtenidos logren estremecer al sistema político y lo involucre, respaldando con recursos sostenibles este esfuerzo. Si todos, sin excepción, adoptamos nuevos valores y actitudes que vivifiquen nuestro espíritu, tendremos el poder para reconstruir el país que nos merecemos y que siempre hemos soñado.

 ¡Colombia  será  diferente!